El Dolar



El Dolar – Plaza Porlier, 2  –  Oviedo    Tlf: 985 987 777

Así se las ponían a Fernando VII, es una expresión popular que denota la facilidad para conseguir un propósito y hablando del Dólar, no me ha quedado otra que volver a convertirme en el abuelo cebolleta. Cumplir años y superar con holgura el medio siglo de vagabundeo chigrero es toda una suerte porque he podido vivir una sociedad menos encorsetada y si me permite la juventud, más divertida. No teníamos tanto ni nos creaban tanta necesidad consumista, y lo que es mejor, nadie tenía problemas psicológicos porque la negación no era una frustración.

El simple hecho de ir al cine, salir de copas o a cenar ya nos situaba en una posición muy superior a lo que habían vivido nuestros padres y abuelos, fuimos una generación «consentida» pero con los pies en el suelo, como se decía: «sabíamos los que vale un peine». Dentro de esa evolución, la aspiración a ser universitario, con el innegable esfuerzo familiar, buscaba la prosperidad de una generación en la que se confiaba y deseaba no pasara por las penurias vividas en una guerra civil y posterior dictadura.

Por aquel entonces, acabar una carrera concedía muchas salidas laborales pero simultáneamente, heredera de los aprendices, la formación profesional forjó gran parte del tejido autónomo y de pequeñas Pymes. Era época de progreso y por desgracia nos hemos pasado de frenada, sinceramente, creo que hay un sentir generalizado de regreso, se vivía mucho mejor en los 90 / 2000. Tener dos carreras y tres master no te garantiza ni un puesto de mileurista en lo que te has formado, los echados pa’lante prosperan en el extranjero, no hay vivienda, no hay ahorro, no hay hijos, la seguridad social ya no funciona bien, las pensiones no están garantizadas pero seguimos ponderando a la Inteligencia Artificial que hace que el humano sobre.

El dinero virtual, ya no hacen falta bancos ni empleados de banca; el coche eléctrico y a lo peor autónomo, se carga empleo en gasolineras, fábricas, taxistas, transportistas; en los supermercados eliminan fruteras, cajeras y pronto carniceros y pescaderas porque estará todo fileteado en un recipiente colocado en el mural; la sanidad funciona con lista de espera de más de 1 año y la privada también está saturada; nos cargamos los campos de cereales que luego tenemos que importar para poner placas solares y decir tonterías de la huella de carbono como si el cereal no viniese en camiones que acabarán siendo eléctricos con unas baterías hechas con el litio contaminante.

No pasa nada, aún tenemos Iphone, Netflix y un patinete eléctrico que pagan nuestros padres y cuando tengo hambre pido un Glovo. Así de guapo se está quedando el panorama, bienvenidos al futuro.

Joder!, si que me he puesto intensito. No pretendo adoctrinar ni que me den la razón, es mi pensamiento y aquí lo reflejo, el que piense lo contrario por supuesto es libre de pregonarlo o callarlo, faltaría más.

Y toda esta perorata para contaros la época de estudiante universitario en la antigua Facultad de Derecho en la calle San Francisco. El Dólar al igual que otros locales que a continuación citaré, era lugar de café, pincho, partida de parchís, mus o tute, pasar apuntes a limpio o repasar antes de exámenes y se compartía con profesores, magistrados del Tribunal Superior de Justicia, banqueros y empresarios de la zona.

Actualmente Malasaña ahí estuvo Azulete, que se convertiría en Carulo y que hoy podréis encontrar a su cocinero en Arraigo (Posada de Llanera) en el antiguo local de La Corriquera;  JL en lo que hoy es Jamón Jamón, el antiguo bar El Riego, Casa Lito, Casa Manolo, La Gran Taberna, La Pizzería, City Burger, Oxford, Logos y no quiero olvidarme de la antigua sala de máquinas que había donde hoy está la Inmobiliaria Martínez.

Muchos de estos lugares ni les sonará a la muchachada pero formaron parte de una época de ocio hostelero donde aunque su profesión no era muy valorada, sus dueños y empleados sentían la profesión con orgullo. Hoy en día se echan de menos a hosteleros de verdad, camareros con oficio, mucho advenedizo y franquicia que suele pasar sin pena ni gloria, por ello, respetar y rescatar el inmenso nombre y huella que dejó El Dólar en Oviedo, es sin duda una gran noticia para la ciudad.

Hablamos de un negocio que en la ubicación actual, siendo casa de comidas, arrancó en 1895 con el nombre de Casa de Marica Uría. Luego a mediados del siglo XX cambiaría al nombre de El Dólar con vocación de cafetería y regentado desde 1962 por el tinetense Manuel Rodriguez que en manos de su hijo Alfonso, por jubilación y sin relevo generacional, cerró sus puertas en 2018. El vacío que dejó pese a una gran remodelación no triunfó con el modelo de franquicia instaurado por los gallegos Benboa.

A la par que el local se convertía en sombra, Malasaña brilla y su terraza se ha convertido en un referente de copas en el Oviedo Antiguo, acaparaba hasta las sesiones vermú. Todos los que conocemos un poco el mundillo sabíamos del potencial del local y supongo que las negociaciones habrán sido difíciles y costosas pero al fin se materializaron en la figura de Roberto González, hostelero de reconocido prestigio con La Ribera, en Luanco.

Los mimbres estaban puestos, un lavado de cara pintando techos, cambiando el suelo, unos cuantos detalles más y una decoración floral a cargo de Dani Pando que atrae a unos cuantos gorriones a su comedor.  Poco más quedaba para arrancar, eso si, la pieza que faltaba es clave, un cocinero solvente, reputado y con larga trayectoria para ofrecer una cocina de corte moderno pero guardando la esencia de la tradición asturiana.

Iván Villar fue el escogido, además de gran cocinero conoce la zona a la perfección, regentó La Gran Vetusta, heredera de la mencionada anteriormente Gran Taberna, hoy en día Sibuya Urban Sushi Bar, uno más para la epidemia asiática. No he ido y me encanta la comida asiática pero reconozco un hartazgo del mundo sushi, noodle y ramen, son la nueva moda y esto ya lo viví hace 40 años con La Gran Muralla, El Dragon Rojo, Jardín Dorado o Flor de Loto.

Abiertos desde el 5 de junio, con el verano por medio y la operación tanga de leopardo por medio, no ha sido hasta este día del Pilar o de La Hispanidad en que he podido visitar el nuevo Dólar. Acompañado de mi madre para celebrar su santo, y mi pareja, sentirse como en casa era algo que buscaba y sabía que con Iván así sería, de hecho algún cumpleaños celebré en La Gran Vetusta y en aquel Montañés de la zona del Milán.

Siendo sábado y fiesta, prisa no había así que con calma iniciamos con un vermú, el de la casa. Para la comida tengo buen ojo y detecté a lo lejos, en la barra, un par de pinchos de tortilla, aunque no eran horas no podía perder la ocasión de cerrar los ojos y teletransportarme a 1988. Lo conseguí, obviamente no era la misma tortilla que recuerdo pero le doy mi aprobado teniendo en cuenta dos factores determinantes, por un lado es sin cebolla (la de los puristas) y por otro si pienso que recién salida estaría más jugosa, viendo el cuajado y valorando el sabor, es de las que me gustan. Lo siento pero a mi esas que corre el huevo me parecen además de insalubres, nada apetecibles, la tortilla o una tarta de queso han de cuajarse.

Nos pusieron un aperitivo de un cracker de arroz con tinta, calabaza con naranja y una anchoa que resultó muy agradable en boca, equilibrio del salazón con el dulce de la calabaza y naranja.

Nada más entrar nos encontramos con el cartel que anunciaba la fiesta gastronómica de El Desarme que se celebra en Oviedo todos los 19 de octubre con un menú compuesto por callos, garbanzos con bacalao y espinacas y de postre arroz con leche. Aunque este contundente menú se extiende a través de unas jornadas en varios restaurantes de la ciudad del 17/27 de octubre, también podremos disfrutar de su esencia con los llamados Bocados del Cofrade, una tapa/pincho que en los establecimientos adheridos podréis pedir y participar de esta tradición local.

Iván Villar pertenece a la Cofradía del Desarme y ayer día 17 se presentó en El Dólar, esta nueva edición, donde participan con «El Cofradito», un delicioso bocado en forma de croqueta rellena de callos con un rebozo de espinacas deshidratadas y coronando un trozo de bacalao con el punto picante de la sriracha.

Obviamente, aunque estaban fuera de carta, los callos fueron uno de los platos con los que arrancamos para compartir. Perfectos, con las 3P’s (pequeñinos, pegajosinos y picantinos), con un picante a parte para los que somos bravos y acompañados de unas excelentes patatas fritas, cremosas por dentro y crujientes por fuera.

Las croquetas de jamón Joselito sería la otra entrada para compartir, 8 unidades muy cremosas y con mucho sabor.

La carta no es muy extensa, si le sumamos los habituales fuera de carta que se van ajustando a la cocina de mercado, me resultó suficiente para tener dificultades a la hora de elegir, hay muchas cosas apetecibles. Disponen de un horno Josper que le da un toque ahumado a mejillones, almejas, berberechos, hamburguesa, entrecot de vaca madura…etc. Pese a tener una extracción que se veía funcionar a tope, hay algún momento en que el humo invade el comedor y pese a que la puerta estaba abierta no resultó suficiente, quizás algún extractor en las ventanas ayudaría a evacuarlo con mayor efectividad.

Para los platos principales me hubiese gustado añadir algún otro pero las mujeres coincidieron en gustos con el excelente bacalao con sus callos, unos trozos impresionantes con unas lascas y punto de salado perfecto.

Yo opte por el cabritu guisado, una ración más que generosa y muy bien hecha, con esas patatas y salsa acabaron por disparar a mi zona de flotación, cualquiera no moja con el buen pan.

Lemon pie con helado de gin tonic  y coulant de chocolate con helado de gominola fueron los postres que pidieron las golosas acompañantes, yo me conformé con una cuchara para emitir un juicio satisfactorio. Me quedo con el lemon pie, ese helado ayuda a bajar la comida, siempre prefiero cosas menos dulces.

En general, las raciones servidas y las que pude observar salían de cocina, me resultan bastante abundantes. El cachopo es una buena sabana, la lubina era de buen tamaño así que por cantidad cumplen sobradamente. El servicio fue amable y bastante ágil entre platos, sin duda un lugar para repetir. Espero que El Dólar siga formando parte de mi historia y de la de Oviedo.

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