Atrio – Plaza de San Mateo 1, Cáceres Tlf: 927 242 928
El primer ciclo vacacional toca a su fin y la despedida iba a ser por todo lo grande, cena en el Atrio, ¿cuantos planes mejores se os ocurren estando en Cáceres?, sinceramente, a mi ninguno. Fue la manera de redondear unas vacaciones perfectas en todos los sentidos.
La mañana había sido muy intensa, el viaje desde Zahara de los Atunes, el reencuentro familiar para celebrar el cumpleaños del pater familias, comida generosa y placentera en el Restaurante Javier Martín del que ya leísteis la experiencia. Una primera fase del día repleta de emociones en la que hubo que hacer un paréntesis con una merecida siesta antes de proseguir con la visita a la ciudad antes de ir a cenar.
Pasear por Cáceres es hacerlo por la historia, un recorrido que aúna el mestizaje de culturas y sus legados, impronta que la UNESCO reconoció en 1986 nombrando su ciudad vieja como Patrimonio de la Humanidad.
Precisamente en su casco viejo se encuentra el Restaurante Hotel Atrio que forma parte de la exclusiva cadena Relais & Châteaux que en este año cumple su 60 aniversario. La integración en el entorno refleja el buen trabajo de los arquitectos Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón Álvarez con su diseño contemporáneo.
Toño Pérez y José Polo son los artífices del proyecto, uno al frente de los fogones y el otro como jefe de sala, coleccionista y gran conocedor del mundo del vino. La bodega pasa por ser una de las mejores de España y el mundo, cuenta con mas de 40.000 botellas y alberga casi todas las referencias imprescindibles para el buen amante del vino.
El diseño de la misma es todo un espectáculo al margen de las joyas que reposan en su interior, alguna botella como el ejemplar de 1.806 de Château d’Yquem se han convertido en leyenda por derecho propio. Adquirida en una subasta en Christie’s se rompió por debajo del cuello a la hora de colocarla en unos estuches de madera, se consiguió rescatar gran parte del contenido y trasladar a una nueva botella que se rellenó con perlas de cristal para compensar el vino perdido.
La historia de este exitoso binomio (como uno de sus platos más característicos) comienza precisamente en 1986, fecha en la que abrén su restaurante, pero no sería hasta el 2010 en que se trasladaran a la actual ubicación. Comienzos duros que con grandes esfuerzos, dedicación e ilusión han conseguido evolucionar y crecer hasta la merecida posición que hoy ostentan.
Llego con tiempo de antelación suficiente para poder tomar un aperitivo antes de cenar, la temperatura invita a disfrutar en su terraza de una cerveza bien fría. Mi inquietud hace que me asome a la cocina, ver como funciona la sala de maquinas es toda una experiencia, es una coreografía digna de los mejores ballet y al frente Toño, el bailarín principal, el Nuréyev de los fogones. En un momento dado vino José para invitarme a conocer la bodega algo que hice al final de la cena acompañado por Jesús, el responsable de presentarme y explicarme la mayoría de platos y con el que mantuve interesantes conversaciones.
A pesar de que me hallaba muy a gusto en la terraza disfrutando de la frondosidad de las plantas y de las lineas rectas de su arquitectura, estaba impaciente por sentarme a la mesa y empezar a sentir.
Ya sentado a la mesa las vistas de toda la sala eran magnificas, una decoración sumamente agradable donde predominan blancos y madera. La luz natural que proviene de la terraza aporta sensación de amplitud.
A la hora de elegir un menú tenemos dos alternativas: uno confeccionado con platos tradicionales de la casa que han formado parte en algún momento de sus trabajados menús «De Siempre» y por otro lado el que que se elabora como novedad de temporada, fue este último por el que me decidí con la de denominación «Menú Degustación Verano 2014».
Comenzamos con un aperitivo formado por unos macaron de remolacha con apionabo y caviar.
El inicio del menú propiamente dicho empieza con Zanahoria, con ortiguilla e hinojo. Se trata de un ravioli de zanahoria relleno de ortiguilla al que acompaña un caldo de zanahoria e hinojo.
Guisantes falsos, cochinito crujiente y crema de guisantes. Nos encontramos ante unos guisantes en tres texturas que se compone de una tierra de guisantes, una mantequilla de guisantes y unos falsos guisantes de wasabi que cubren un crujiente de cochinillo.
Bloody Mary, con helado de cebolletas. Lleva una tierra de tomate, berberechos y un sorbete de cebolleta a modo de islas en medio del mar rojo.
Hasta la elaboración del artículo no me había dado cuenta del juego cromático y puede que Toño nos haya querido decir algo. El comienzo del viaje y a modo de semáforo nos advierte precaución con el naranja de la zanahoria, después nos da luz verde con los guisantes y después nos indica una pausa con el rojo del Bloody Mary en lo que podríamos denominar como entrantes.
Nuestro viaje por la ciudad Patrimonio de la Humanidad continua y lo hace con Ostras…,una con infusión de melisa. Efectivamente, algo nerviosos estamos y nada mejor que la melisa acompañada de la ostra y un puré de apionabo y mostaza para tranquilizarnos.
La otra, frita, con unos frutos rojos, cayena, papel infusionado de frutos rojos y kimchi. Este último ingrediente es básico en la gastronomía coreana y una de sus mayores virtudes es estimular el apetito, parece que el Chef quiere reactivarnos de nuevo.
Cigala, verde con pan de algas y tierra de aceite. Se trata de una cigala «verde» que lleva un crujiente de alga de igual textura que los de gamba que ponen de aperitivo en restaurantes asiáticos. Siguiendo con esta tendencia asiática se decora con pak choi que es una verdura perteneciente a la familia de las coles chinas y que por aspecto nos recuerda a nuestras acelgas. Redondeamos el plato con kiwi y una tierra de aceite de oliva.
Carabinero, maíz y meloso de cerdo ibérico. Se nos presenta en tres formatos o divisiones del mismo producto, por una lado el cuerpo con maíz y un atrevido meloso de cerdo ibérico. Por otro lado la cabeza para poder disfrutar de todos sus jugos y que por si fuera escasa de potencia se acompaña de una mousse de los mismos.
Llegamos a un ceda el paso tras salir de la glorieta de moluscos y crustáceos. Avanzamos en nuestra ruta y damos preferencia al Rape, cítricos, mil y una noches y pan de cominos que circula por nuestra derecha. Pasa por ser uno de mis pescados favoritos y el tratamiento que hacen con toques de curry (quizás ras al hanut) y comino es todo un homenaje al pasado almohade de la ciudad.
Vamos con precaución, controlamos nuestros espejos mirando lo que dejamos atrás pero sin apartar la mirada de lo que aún está por venir, aparece delante nuestro un tandem, Solomillo de retinto en dos pases….
El primero, en tartar con helado de mostaza acompañado de un crujiente de avellanas, parece arriesgado con el shichimi togarashi pero supera con creces el primer envite.
El segundo, asado, con costra crujiente de hierba. Apuesta por el brocoli y pipas, un puré de brocoli y apionabo y un toque de mostaza.
Poco a poco, sin prisa pero sin pausa nos vamos acercando a nuestro destino y no se me ocurre mejor manera que con el Binomio, de torta del casar con membrillo y aceite especiado. Muchos son los atractivos de Cáceres y si en su nombramiento como Patrimonio de la Humanidad hubo alguna duda creo que este magnífico queso algo tuvo que influir en el jurado. Se nos presenta en dos texturas: en su estado natural lo tenemos en la parte inferior y en el superior en forma de helado con un poquito de membrillo y aceite de vainilla. Se sirve con un pan de pasas y orejones para poder untar.
Avistamos el sitio idóneo para ir aparcando y comenzamos la maniobra con La Piña, en texturas. De derecha a izquierda, una perlita de piña colada, base de tierra de piña con helado de coco, canelón de piña y plátano, helado de piña tostada con un crujiente de leche.
Alguna maniobra más de la cuenta, pues el sitio engañaba como el trampantojo de La cereza que no es cereza. Una gelatina de cereza con licor, rabo de chocolate y pepitas de chocolate y canela.
Quitamos la llave del contacto con un café y Las golosinas y entretenimientos de sobremesa. Mini magdalenas, macaron de limón, trufas y gominolas de frambuesa.
Hemos llegado a destino SATISFACCIÓN, un hermoso e intenso viaje. Las vistas han sido fabulosas, todos y cada uno de los platos ofrecían una armonía de colores y sabores que me han dejado perplejo y con ganas de volver a realizar la ruta, quizás la próxima vez haciendo el recorrido por los clásicos.
Todos y cada uno de los pequeños detalles, a veces imperceptibles, hacen que la experiencia en Atrio merezca la pena siendo viajero de paso o planeando una estancia prolongada en Cáceres. Uno entiende a la finalización el porqué de sus dos Estrella Michelín, resulta fácil una vez imbuido en la experiencia pero quizás lo más interesante sea el poso que deja. En mi caso han transcurrido dos meses desde mi visita hasta la finalización de este artículo y ser capaz de emocionarse con el simple recuerdo dice mucho de su trabajo, ha transcendido más allá de las fronteras y del espacio temporal.
Toca despedirse y mientras espero por el taxi me obsequian con unos caramelos caseros y una cajita que contiene unos macaron. Estuvieron pendientes de mi ofreciéndome conversación hasta que partí, esta es la clase de detalles que marca la diferencia.
https://www.facebook.com/pages/Restaurante-Atrio/162037940506052
Si no conté mal, 5 platos con marisco o similar no me parecen muy característicos de la cocina extremeña. Una plaga la obsesión de algunos cocineros de meterle marisco a todo.
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Aquí somos muy afortunados de poder tenerlo tan cerca y creo que en los buenos restaurantes lo trabajan para dar la oportunidad a los de «secano» de acercarles este tipo de productos. Supongo que los que viven en la zona estarán hartos de jamón, cerdo…etc.
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