El pasado 25 de abril tuvo lugar la quinta cena mensual, como en todas y cada una de ellas los asistentes acudimos con grandes expectativas y sobre todo ganas de pasarlo bien.

Ya que no me facilitan la labor dando un nombre al menú me tengo que buscar la vida y tirar de creatividad. En este caso no me ha sido muy complicado ya que por razones logísticas y de emplazamiento la cena se celebró en el domicilio familiar del organizador.

Entrar en casa de una artista nunca nos deja indiferentes, la creatividad y su forma de entender las cosas van más allá y es ese plus lo que los hace diferentes. Nos encontramos en casa de Rosa Somoano, madre del susodicho y antigua profesora de artes plásticas de mi colegio.

Cerámica, tapices, pintura son algunas de las disciplinas en las que ha destacado y que ha transmitido a sus alumnos a lo largo de unas cuantas generaciones en el colegio San Ignacio. Para su mejor ubicación os digo que es la creadora del nacimiento a tamaño natural que se instala por navidades en la Plaza de la Catedral y también en Luanco.

Hacía años que no entraba en esa casa y lo primero que veo es una colección de morteros antiguos que me puso los dientes muy largos. Pero de todos ellos destaco este XXL, menuda preciosidad.

Como no quiero aburrir con mi afan coleccionista voy a ceñirme a la cena. Alguna pista nos había dado pero resultó ser falsa, nos avanzaban en días anteriores una pasta, algo sin mucha complicación porque lo importante era pasar un buen rato juntos. Obviamente le dimos mucha caña porque los que hasta ahora hemos organizado estas cenas nos lo hemos currado bastante más que unos espaguetti por muy pasta fresca que fuese.

Comenzamos con un plato de entremeses frios y calientes, a saber: croquetas de jamón, salmón fresco marinado y unas albóndigas de merluza. Todos y cada uno de ellos estaban muy buenos pero destaco esas albóndigas, toda una delicatessen.

Llegó el turno de una sopa de cebolla de perfecta ejecución con su costra gratinada, sin duda un plato algo arriesgado pero del que salimos todos enamorados y alguno se llevó de recuerdo con alguna quemadura en el paladar por el ansia desmedida.

A estas alturas de la cena ya nos dimos cuenta que había sucumbido a nuestras presiones y que aquel menú tenía mucho trabajo detrás. No se trata de impresionar a nadie, ni mucho menos de entrar en ninguna competición, cada cual hace lo que sabe o puede y todos sabíamos que el organizador tiene arte con los fogones.

El vino parece ser que  estaba bastante bien, hasta yo lo bebí y aunque no esta hecha la miel para la boca del jumento uno se da cuenta de que aquellos caldos tenían nivel.

El siguiente plato fue un steak tartar, una de sus especialidades y que ya había probado en otras ocasiones, garantía de éxito aunque creo que el guacamole no le iba muy bien, eso si, para la presentación ayuda mucho con los contrastes de color.

Como suele ser habitual en estas cenas al organizador le vimos poco el pelo y es que aunque sólo sea con emplatar y servir para 12 el tiempo es un bien muy escaso. Yo es algo que tengo muy asumido y lo entiendo, aunque su trabajo me costo hacérselo entender a los demás pero cuando le ha tocado a cada uno de ellos organizar me han tenido que dar la razón.

Terminamos con un tiramisu  de frambuesa que elaboró su novia francesa, riquísimo y muy refrescante.

Llega el momento de las copas y es cuando el anfitrión se puede relajar, prueba superada!!!!!. El resto pertenece a la intimidad con nuestros tradicionales regalos de coña que una vez más nos hicieron llorar de risa y es que no hay nada mejor que levantarse al día siguiente con agujetas en la mandíbula.

A finales de mayo florido toca la siguiente y nadie nos podrá quitar lo comido y bebido.