Las Delicias – C/ de la Corredera, 31 – Vejer de la Frontera Tlf: 956 451 807
Si de delicias hablamos, pasear por las calles de Vejer de la Frontera nos transporta a otra época. Situada en una atalaya natural que se eleva considerablemente sobre la carretera que nos encamina a Barbate, los vestigios amurallados incluido un castillo nos recuerdan un pasado musulmán que se prolongó por más de cinco siglos.
Sus estrechas y empinadas calles nos dejan rincones de ensueño, llenos de esa luz gaditana que se refleja en las uniformadas construcciones de ese blanco tan característico de muchas poblaciones andaluzas.
Uno de esos lugares que uno no puede perderse es la zona del mirador de la Corredera, desde el contemplamos toda la zona de La Janda, los molinos y unas puestas de sol difíciles de olvidar.
La hostelería vejeriega conoce bien su patrimonio y es precisamente en esta zona de La Corredera donde se alinean numerosos locales, que con sus terrazas y la naturaleza por decorado, concitan gran parte del turismo. El parking público aledaño es digno de mención por su forma de salvar la diferencia de cotas.
En una población con tanta historia no es extraño encontrarse con locales que nos quieran recordar un pasado. Las Delicias se ubica en el que fuera un antiguo teatro 1840-1920 y que hasta la reforma había servido de almacén en dos plantas tomado por las incomodas palomas.
La reconversión en restaurante ha devuelto un espacio diáfano donde los techos a más de 10 metros de altura dejan con tortícolis a todo aquel que lo visita y contempla su majestuosidad. Algo tan simple como unos palets de madera ha servido para decorar sus paredes y desde sus tunel de entrada a modo de alacena gigante observamos, como más de 280 piezas modelan una estructura a dos aguas con dos grandes ojos que permiten la entrada de luz natural.
Al fondo, presidiendo en la zona de escenario, una barra sobre la que pende el nombre luminoso esta flanqueada por unos murales que nos muestran unos palcos y unas telas a rayas blancas y negras de Ralf Lauren simularían lo que podría ser el telón.
En el medio, separando zonas, permanecen unos andamios que se utilizaron en la obra y que hoy sirven de imponentes maceteros. Para la iluminación, siguen utilizando unos palets suspendidos de los que cuelgan grandes bombillas. Las mesas son de espejo, lo cual da más sensación de profundidad y combinan las sillas con bancos corridos.
La carta es bastante amplia, equilibrada y con precios moderados, ofreciendo producto de la zona y otros clásicos de nuestra gastronomía. Acabo de detectarlo según escribía, de haberlo hecho en el local se lo hubiese comentado, «miarma» revisad esas traducciones al inglés, en la sección » Y de la Sierra» escribís «Meat of the Saw», lo de los artículos y preposiciones es lo de menos, Saw es una sierra de la de cortar troncos y una peli de miedo, ese que habrán sentido los anglosajones pensando en que su carne la cortáis con semejante herramienta.
Como entrantes unos langostinos bravos, buen tamaño, rebozados y con una salsa que no picaba en exceso pero muy correctos.
El ceviche de pulpo y aguacate aún estando muy rico nada tiene que ver con un ceviche, el pulpo cocido arruina las intenciones, predomina el aguacate pero me agradó el acompañamiento de los nachos.
Apetecía un salmorejo y este cremoso con salazones me pareció soberbio. Es una combinación que ya había preparado en casa con hueva seca de atún y combina tan bien como el jamón y huevo cocido.
Como platos principales apostamos por unos pescados, el salmón en salsa de piñones y queso Payoyo parecía una combinación interesante. Quizás pesa demasiado el sabor del Payoyo y enmascara un poco al salmón que lo hubiese preferido con un punto menos.
El otro fue un mar y montaña, unos ravioli de pasta wonton rellenos de atún con una salsa de carrillera. Un plato muy acertado.
Como veis la función no mereció una larga ovación pero si que le daría opción a los bises. El restaurante resulta muy agradable y entre tanto repertorio es fácil que haya luces y sombras.
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