Palacio de Libardon – Barrio de Arriba, 197 – Libardon (Colunga) Tlf: 605 816 387
Desde que hace años descubrí el Palacio de Libardón han sido unas cuantas veces en las que su visita me traslada a otros mundos. Alojarse bajo sus muros nos remonta a épocas feudales, su construcción original data de 1625 pero con los años fue creciendo en función de los diferentes herederos.
La actual propiedad se encontró un edificio en estado de abandono y desde principios del nuevo siglo, tras una meticulosa restauración, abrieron este hotel de dos estrellas donde el viajero encuentra el relax alejado de bulliciosas rutinas, en medio de la naturaleza.
No se trata de frases hechas, aquí no encontrareis televisión en vuestras habitaciones y creedme, es de agradecer, existen mejores alternativas, sobre todo si vais en pareja. Los suelos crujen y el aislamiento de las diferentes dependencias puede crear situaciones embarazosas, como el que te identifiquen como el jabalí de la 205 que roncaba.
Todo tiene su encanto, desde el trayecto de 10 kilómetros desde Colunga por una sinuosa carretera atravesando bosques, hasta el emblemático bar del hotel que denominan «La Mazmorra», donde tomarse una copa junto a la chimenea escuchando buena música o jugando una partida de billar resulta mucho más divertido que el pub de moda de una gran ciudad.
La familia que regenta el hotel tiene una estrecha vinculación con México y este es precisamente uno de los mejores atractivos de la visita al Palacio de Libardón. Los sábados ofrecen unas cenas con temática mexicana que por si solas ya deberían ser suficiente reclamo para visitarlos.
Se trata de una cocina casera como la que podríais encontrar en cualquier casa azteca y resulta curioso que, ni abusando del picante, os sentiréis con ese malestar estomacal que a veces nos dejan restaurantes con este tipo de cocina.
Estas cenas dan comienzo a las 9pm con un cocktail de bienvenida, donde las bebidas y el picoteo sirven para relacionarse con otros huéspedes o comensales. Margaritas tradicionales, de mango con chile piquín, bloody mary, mojitos o un San Francisco para los que no beban alcohol riegan el guacamole, quesadillas, crema de queso con chipocluda, flautitas, datiles con bacon y las gorditas de flor de calabaza.
Para beber elegimos una versión de sangría, muy acertada
Ya en el comedor comenzamos el menú con una degustación de tres tacos, que podremos acompañar con salsa de tomatillo verde, de jitomate o unos jalapeños escabechados.
Los chiles en nogada es uno de los platos más característicos del Estado de Puebla y encierran una curiosa historia en cuanto a su colorido.
Los chiles en nogada tienen su leyenda propia, pues se dice que cuando Agustín de Iturbide pasó, junto con el Ejército Trigarante, por Puebla rumbo a la Ciudad de México en septiembre de 1821 tras haber firmado los Tratados de Córdoba, las monjas agustinas del convento de Santa Mónica decidieron hacerlo el 28 de septiembre con motivo de su santo con un platillo original. Tomando como referencia el símbolo del Ejército Trigarante, que era una bandera de colores blanco, verde y rojo, los cuales representaban las tres garantías; religión, unión e independencia.
El chile poblano va relleno de un guisado de carne de res y puerco, mezclado con fruta que esté en temporada (plátano, manzana, pera, durazno). Después se capea con claras de huevo batido o montado y, por último, se fríe.
Para la presentación se prepara una salsa blanca hecha de nuez de Castilla, finamente picada y licuada con dulce moscatel, crema y queso fresco. La combinación de estos ingredientes forma la nogada, con la cual se baña el chile y se decora junto con la fruta de la granada y hojas de perejil.
Por este entonces nos declaramos devotos del picante y reivindicamos nuestro amplio aguante. Nos sirvieron unos chiles chipotles que sin duda mejoraron nuestros gustos.
Seguimos con unas enchiladas de pollo con salsa verde. Las tortillas de maíz se remojan en la salsa con base de tomate verde y cilantro, se rellenan de pollo y por encima se cubren con queso.
Terminamos con un solomillo de cochinito al tequila. Muy tierno y sabroso, acompañado de unos frijoles negros con arroz, un poco de guacamole y otra salsa que no recuerdo.
Para el postre rematamos con unas crepas rellenas de cajeta, es decir, crêpes rellenos de dulce de leche.
Para bajar la comida nos auto condenamos a «La Mazmorra del Palacio», cambiamos los tequilas por unos gin tonic. Los berreos que de allí salían supongo fueron autentica tortura para los «carceleros – barman», los culpables fueron The Beatles, James Brown, Burning, Loquillo, entre otros y por supuesto unos sombreros mexicanos con los que uno siempre se viene arriba, arriba!!!!.
El jabalí se retiró a su madriguera pensando en el suculento desayuno que a la mañana siguiente le esperaba, otro de los atractivos de este hotel. Aunque podréis degustar chilaquiles, carnitas o huevos a la mexicana, decidimos ser más clásicos a la española.
Creo que esta es mi cuarta vez y seguro habrá una quinta. Es una escapada rural diferente que siempre me deja ganas de repetir.
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