Cuando el pasado 10 de noviembre de 2017 me enteré que la famosa joyería Tiffany & Co. había abierto un café en su emblemática e imponente tienda de la Quinta Avenida, supe que allí debía ir a desayunar con mi Audrey Herpburn.
Al igual que el personaje de Holly Golightly, todos los sueños se cumplen y aunque no pasemos a formar parte de la alta sociedad newyorkina, nuestro desayuno no se quedó en el escaparate del número 727 de la 5th Ave., y accedimos hasta la cuarta planta con vistas a Central Park para sentirnos especiales.
Aunque el origen del negocio se remonta a 1837, no es hasta 1961 cuando realmente traspasa fronteras. La película Breakfast at Tiffany’s (Desayuno con Diamantes) está basada en una novela de Truman Capote y Audrey fue nominada en los Oscar a mejor actriz, preciada estatuilla que si consiguió la canción Moon River.
Aprovechando la remodelación de la tienda, han diseñado este pequeño pero coqueto espacio. Sorprende que no lo hiciesen antes, teniendo en cuenta la manera que los americanos tienden a exprimir los negocios.
En seis plantas distribuyen todo su negocio, desde las exclusivas e impresionantes joyas con una planta dedicada a las pedidas de boda, pasando por artículos de cerámica, plata, cristal y piel, que por comparación podrían resultar más asequibles, aunque una agenda nos cueste 45$ y un juego de tazas 120$.
Al igual que las joyas, no resulta accesible poder desayunar, comer o tomar el té. No hablamos de dinero, que aún siendo caro, es algo permisible; me refiero a la propia reserva, que ha de ser efectuada con un mes de antelación a la fecha elegida.
Aunque resulte empalagoso, mi idea inicial era reservar el día de San Valentín pero resultó inviable dado el funcionamiento y la escasez de plazas. Tres días seguidos estuve pegado al ordenador a las 3pm (9am NY), en 1-2 minutos ya no quedaba nada libre pero a la tercera fue la vencida aunque fuese para comer a la 1pm. La hora más temprana son las 10am, os recomiendo pinchar horas más avanzadas suelen ser segunda opción así que podréis tener una oportunidad.
La buena noticia es que no importa la hora asignada, podréis disfrutar de cualquiera de sus opciones de desayuno, comida o té aunque sea a las 5 de la tarde. Cuando llegué al local y ví que solo hay 15 mesas con un aforo de 50 comensales, entendí que la demanda difícilmente puede cubrir la oferta.
Un primer vistazo al acreditar nuestra reserva, deja al descubierto la masiva presencia del icónico color robbin’s egg blue que la compañía incluso tiene registrado en el Pantone 1837, más comúnmente conocido como Tiffany Blue.
Era nuestro día de suerte y fuimos ubicados en la mejor mesa de la sala, la que tiene vistas directas a Central Park. En la contigua esta sesgada y en las siguientes se topan con el edificio de Louis Vuitton.
Mesas exentas o en banco corrido con acabado aluminio pulido tipo diner, paredes ornamentadas con diseños de sus famosos escaparates que dejan al descubierto una joya con una ambientación especial, una pared cubierta de piedra con tonos azúl y marrón que luce un solitario reloj y una escueta cocina, es para lo que dan menos de unos 60m2 (calculado a ojo).
¿Qué podemos comer en el Blue Box?. En la opción desayuno, por 29$ elegimos entre café o té que se sirve acompañado de un mini croissant con Nutella, mantequila y mermelada; unas frutas de temporada y bayas; y a elegir entre cuatro, en este caso optamos por el baggel con salmón ahumado, crema de queso con curry, tomate, alcaparras, cebolla roja y eneldo.
El menú de comida, por unos módicos 39$, nos da a elegir un entrante y un principal. En mi caso opte por el Kona Kampachi, pez limón crudo proveniente de Hawaii que aliñan con un poco de pimentón picante, aceite acompañado de rábano, hinojo, espelette y eneldo.
El principal elegido fue el Charles Lewis Tiffany CLT Club Sandwich, nada del otro mundo en este sandwich de pollo con lechuga y tomate en pan de centeno, pero al menos me llenaría más que la ensalada de langosta o las otras opciones.
En el caso que lo vuestro sea tomar el té, por 49$ aquí os dejo la carta completa para ver la «tremenda bacanal». Está claro que las cantidades son una adaptación fiel a la película, para permitirnos tener el mismo tipo fino de Audrey Herpburn.
El postre fue una necesidad, no está incluido en el menú. El empalagoso (por nombre) The Lover’s Heart, resultó refrescante y sabroso a la par que asequible, 12$ por una mini tarta de queso tuneada es una ganga comparado con los 36$ del Blue Box Celebration Cake. Una preciosidad para ver y no tocar, como la mayoría de cosas en la tienda.
Prefiero vivir el presente a pensar en el futuro, resulta más tangible, aunque no hubiese estado nada mal poder rematar la fabulosa experiencia con un pequeño anillo como este, al fin y al cabo soñar es gratis.
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