Mesón Les Ruedes – Alto del Infanzón – Cabueñes – Gijón Tel: 985 331 074
Hay días en que da igual lo bien o mal que comas, sentarse en una mesa es la excusa ideal para retomar una vieja amistad y esta fue la ocasión en que tras muchos años Cándido y yo, volvimos a revivir recuerdos de nuestra estancia de estudios en San Francisco.
Por momentos me vi reflejado en él, la historia de como podía haber sido mi vida para bien o para mal. En su caso ha sido para bien y ha triunfado en el exigente mercado americano, y más concretamente en el de California, que es caso a parte.
Por supuesto que no me arrepiento de la vida que he llevado tras mi marcha de San Francisco, se que he ganado en calidad de vida en mi Asturias Patria Querida, pero no por ello uno deja de reflexionar a veces, porque nos gustaría vivir más de una vida para disfrutar experiencias diferentes.
El caso es que nos volvimos a reencontrar en su Gijón natal y venía cargado con unas chuches para mi colección de Absolut, acarrear medio mundo con una botella de 1,75L no lo hace todo el mundo.
El lugar de encuentro fue en la Sidrería Asturias, en la calle Aquilino Hurlé, una zona que bien conozco por haber frecuentado el mítico Players, en mi época juvenil.
Entre charla y charla cayeron unas cuantas botellas de sidra que hicieron que pidiésemos una ración de pulpo para al menos asentar el líquido.
Me dejé guiar por el y fuimos al Mesón Les Ruedes, en Cabueñes a pié de la carretera que nos lleva a Villaviciosa. Muchas veces había pasado por ahí en mis tránsitos a la playa de La Ñora, pero nunca lo había visitado.
Las afueras de Gijón están plagadas de restaurantes,, parrillas, sidrerías, merenderos..etc y sin lugar a dudas tienen mucha más vida que los que circundan Oviedo.
La casona de piedra no tiene pérdida, en su exterior hay un amplio aparcamiento y una zona de terraza cubierta. El interior es la clásica sidrería, no muy grande en la entrada, con algunas mesas y la zona de barra, hasta que llegas a un comedor que sin ser excesivo tiene una buena capacidad.
El servicio fue atento y pedimos unos buenos calamares de potera como entrante.
Como plato principal para compartir, nos dimos un homenaje con un cachopo que podía haber alcanzado la excelencia si hubiese tenido mucho más queso. La carne y el rebozo eran perfectos pero se echó en falta más queso de cabra puesto que la versión elegida era la que también incluía cecina.
De postre un par de tartas, una de chocolate bastante consistente y de buen sabor y una de queso de las de tipo flan que tenía la parte superior demasiado recia, quizás por un exceso de frío sin estar cubierta.
Tendría que acudir una vez más para poder hacer una valoración más exhaustiva pero los mimbres de este cesto son buenos.
Sin duda y sin quitar méritos a la comida, lo mejor fue la compañía y el reencuentro.
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