Zahara de los Atunes no deja de sorprenderme, ya son cinco los años que la he elegido como destino vacacional y en tan poco tiempo he podido apreciar un gran cambio. Está creciendo moderadamente y aunque queda mucho por hacer, aún tiene el encanto de esa pequeña población que acoje un turismo mayoritariamente nacional de carácter mas relajado o hippie, si lo comparamos con otras partes del litoral andaluz.

Existen varias Zaharas, la del invierno con una población permanente bastante exigua y la de los miles que llenamos el verano. Lo mismo ocurre entre el día y la noche, lo que parece de alguna manera un pueblo fantasma, por la tarde noche se convierte en un hervidero de gente y negocios que preparan sus terrazas para el intenso servicio nocturno. Resulta casi rutinario aprovechar la playa hasta ver la puesta de sol, a partir de ese momento es cuando muchos se retiran y se preparan para la noche.

Otro aspecto que me llama la atención si lo comparo con los veraneos del norte es que la gente se queda en la playa hasta las 2-3, desaparecen masivamente para la comida y siesta y vuelven a aparecer a las 5-6. Aquí van sobrados de sol y no existe esa duda de si se nublará por la tarde, como sucede en el Cantábrico.

Para dar servicio a tanta gente son muchos los restaurantes que podréis encontrar, en cada esquina podríamos decir que hay una terraza y cada año voy descubriendo sitios nuevos. En el caso de El Corral de Zahara, aunque ya había pasado varias veces por la zona, no fue hasta que vi una publicación de Antonio Romero (MasterChef3) en el Instagram que me decidí a visitarlo en condiciones.

Los platos que puso en su storie me resultaron muy apetecibles y sin duda es una persona con criterio gastronómico a la que poder hacer caso. Al día siguiente, sin falta, nos acercamos a cenar y casualidades de la vida él también repitió y nos pudimos conocer en persona. Un tipo genial, divertido y muy normal, tal cual lo pudisteis ver el talent show y posteriormente acompañando a Dani García en el programa Hacer de Comer.

Como no teníamos reserva, nos acercamos en esa hora bruja cercana a la puesta de sol y tras reservar, nos sentamos en la terraza del Willies Bar para tomar una cerveza y deleitarnos con un nuevo atardecer de colores mágicos, sin filtros.

La terraza cubierta, con las buenas temperaturas y esa puesta de sol, es sin duda el sitio a elegir aunque también tenéis el comedor interior.

Nunca como con los ojos pero todo lo que leo me apetece y mis comandas suelen llamar la atención de camareros, que se encargan de ponerme un tope, sin duda no son conscientes de mis capacidades. Como quiera que este verano he intentado cuidarme, hice caso y dejamos albóndigas de choco en media ración.

Comenzamos con un delicioso tartar de gamba que acompañan con una regañas, wasabi, alga wakame, salsa kimchee y una sweet chili.

Las gambas cristal con su huevo, cebolla y pimiento verde han sido uno de los platos top de este verano, menuda exquisitez.

Vamos con las albóndigas de choco con una salsa deliciosa de gamba, sin duda me hubiese comido la otras cuatro.

Hubo mala suerte y alguien se nos adelantó con la última ración de ventresca de pez limón, en su lugar sustituimos por un pargo a la espalda. Además de la frescura del pescado, tal y como había comentado Antonio, su guarnición es simple pero muy sabrosa, con toques especiados de comino.

Para rematar, una tarta casera de higos que fue el broche de cierre perfecto.