Cada vez que tomo este espacio para hablar de la Familia Manzano, lo hago desde el cariño, la sencillez, la humildad, los buenos valores, el trabajo y la naturalidad alejada de imposturas que son capaces de transmitir, como si todo esto fuera el reflejo de un espejo. Proyectan luz, abren caminos y son legado presente y embajadores de nuestra reciente historia gastronómica.
Nacho, Esther, Olga y Sandra representan la tercera generación de una casa con mayúsculas, Casa Marcial y allí he pasado entrañables momentos. Ya fuese para celebrar mi aniversario de pareja y del blog justo antes del fatídico confinamiento, o cuando pude disfrutar de una de aquellas memorables cenas del 25 Aniversario, la energía y sensación de estar rodeado de familia, no se consigue en muchos restaurantes.
Parece que el destino nos une y a seis días de celebrar el que hubiese sido el 76 cumpleaños de mi padre, Nacho anuncia el 12 de julio en redes sociales, junto a su sobrino Jesús, la apertura de Narbasu, restaurante y hotel, en el Palacio de Rubianes (Cereceda).
Mi familia tiene una especial vinculación a Cereceda, más concretamente con La Goleta, unos tres kilómetros antes. Ahí tuvimos una casa donde pasé parte de mi infancia y pubertad, la odié y amé a partes iguales, porque allí perdí esa adolescencia de ciudad en la que mis amigos empezaban a salir a discotecas. Tonterías de crio de las que me resarcí sobradamente.
Por otro lado gané una niñez prolongada segando a guadaña, recogiendo manzana, o lavando el coche para ganarme unos duros. Trepaba a los cerezos, buscaba nidos de topo con la fesoria, jugaba con el fuego de la chimenea, aprendí química con la cal viva para encalar la leñera, cortaba leña, bebía leche de la vaca recién catada o comía las frutas y hortalizas que el campo nos daba.
Comprenderéis que ese día tan especial celebrándolo con mi madre, no tenía mejor escenario que Narbasu. Dice el Diccionariu de la Llingua Asturiana que narbasu es el tallo seco del maíz con sus hojas del que se han quitado. Nombre muy apropiado teniendo que en cuenta que la finca cuenta con un molino de agua donde se hacía harina de maíz.
Visitar el Palacio de Rubianes alojándose en una de sus 23 habitaciones o comiendo en el restaurante, no es una experiencia hotelera o gastronómica al uso, no se trata de dormir o comer, es sentirse en comunión con la naturaleza a los pies del Monte Sueve donde los asturcones campan a sus anchas cerca del único bosque milenario de tejos en Europa. Es buscar las raíces, el silencio y la belleza con los Picos de Europa vigilantes al fondo.
Con sus veinte hectáreas este Palacio fue construido como las antiguas iglesias, por partes y así podemos encontrar documentación que ya lo ponía en el mapa entre los siglos XIV y XV. Además del mencionado molino existe otro más alejado, una capilla y una panera restaurada, un lugar idílico para celebrar eventos bajo la más estricta intimidad.
Bajo la anterior propiedad había un campo de golf pero de momento los planes a futuro son inciertos en cuanto a esta actividad lúdica. Algo que si tienen claro los Manzano es crear un huerto sostenible, quien sabe si al final acabará siendo como el de Azurmendi que ha obtenido un Sol Sostenible. Lo que quiera que hagan, con calma, seguro mantendrá una especial vinculación con la tierra y el entorno. Vísteme despacio, que tengo prisa.
Para visitar Narbasu no recomiendan ningún código de vestimenta, pero ya os digo que un zapato plano es lo más recomendable, no querréis perderos el dar un paseo y contemplar las diferentes perspectivas de la edificación. La grandeza hecha de piedra por el hombre se queda muy pequeña cuando tomamos distancia y sucumbimos a la otra grandeza, la de la naturaleza.
Traspasamos el umbral de su puerta y la piedra vista de arenisca es el mejor revestimiento que puedan cubrir sus paredes. Una modesta recepción no perturba la bonita y elegante decoración, donde los grandes protagonistas son la escalinata de acceso a las plantas superiores y la perfectamente conservada escalera de caracol que daba acceso al torreón.
El comedor resulta muy luminoso a pesar de no contar con muchos huecos, sin embargo son de gran superficie y con su orientación sur, en días cristalinos como el que nos tocó, son auténticas ventanas al paraíso. Las mesas y sillas van en blanco que junto a la mantelería del mismo color, ayuda a poner más luz.
Llegamos a la filosofía y propuestas gastronómicas de Narbasu. En palabras del propio Nacho, se pretende hacer una cocina espontanea como la que se hacía en Casa Marcial allá por 1993 y para ello confían en hacer un kilómetro cero apoyándose en pequeños agricultores del entorno, para potenciar una cocina de producto, donde la tradición este presente pero adaptada a las nuevas metodologías y técnicas.
Con una carta no es excesivamente amplia, se agradece y funciona perfectamente en la filosofía de ir adaptándose al mercado y ofrecer fueras de carta. Para beber arrancamos con una cerveza Alhambra Roja y un vermouth Cinzano 1757 numerado. Por lo que respecta al pan, procede de Arriondas y es de trigo y centeno con masa madre. Nos sirvieron un delicioso apertitivo de tosta con escalibada y anchoa.
Para compartir elegimos el torto con sardina salona de Tazones, cebolla y huevo. Con unos tortos perfectamente suflados, una golosa cebolla caramelizada y un huevo como dios manda, la sardina no es propiamente una salazón, lleva el punto de sal elegido por el chef y sin duda, estando en temporada, funciona muy bien el producto fresco.
La parrillada de verduras con picada de ablanes (avellanas) es todo un ejercicio de oficio. Muchísima variedad de verduras y cada una de ellas con su punto de cocción exacto, el aliño es sutil y no resulta invasivo consiguiendo un buen equilibrio.
Aunque el plato de carta es el lomo de bonito de rula en su jugo al estilo Casa Marcial, había entrado ventresca y nos ofrecieron este corte. Sin duda es la parte más jugosa del bonito por su infiltración de grasa y encima si está cocinada al punto, esas lascas con el salseo y verduras confitadas eran bocados sublimes.
Dudé con el cabritin de Ponga y sus patatinos pero me lancé con una carne más exótica y menos frecuente en las cartas, el ciervo. Dos cortes de lomo muy jugosos, con su punto rosado interior, un jugo reducido denso, una compota de manzana, zanahoria y remolacha baby braseada que contrastaba muy bien con otra encurtida, todo ello con un ligero toque de pimienta, creo que rosa.
Para los postres me incliné por una torrija tradicional caramelizada con helado de vainilla. Estaba para pecar, empapada uniformemente.
El otro postre, un fuera carta, fue un cremoso de limón sobre pasta kataifi. Muy refrescante con ácidos moderados y una combinación excelente con el amargor de las hojas de rúcula.
La experiencia global ha sido magnífica y bien hubiese apetecido reservar una habitación para repetir en la cena y realizar alguna ruta larga por el entorno. La cuarta generación Manzano ya rueda sola y este nuevo proyecto a medio plazo arranca de la mejor manera, los mimbres están bien enraizados, la edificación y entorno son espectaculares, y la impronta empresarial tiene sello propio de calidad.
Quiero hacer una mención especial a Joanna, que desde el primer minuto nos atendió con profesionalidad, simpatía y paciencia porque tanto mi madre como yo teníamos el día de lengua larga. Además nos dio un pequeño tour por las instalaciones.
Como cualquier artículo, podéis pensar que tiene una valoración subjetiva, por ello os recomiendo vivirlo en primera persona, prometo que no os dejará indiferente.
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