Puede que los seguidores habituales del blog os hayáis dado cuenta de que últimamente no hago recetas tan innovadoras, aunque siempre intento darles un pequeño toque.
Ya son muchas las recetas publicadas y tras cinco años con un publico creciente y fiel, me he ganado un sitio en las redes y ahora ya tiene mas sentido que publique recetas mas tradicionales, esas que en un comienzo rechacé por no poder ofrecer un contenido fresco y diferente.
Poco a poco y pese a mi reticencia con los postres, me he ido soltando con ellos y aunque no les haya cogido el gusto que tengo con las recetas saladas, he ido entrando por el aro de las recetas encorsetadas que requieren perfección milimétrica con las medidas.
Dicho esto, era imperdonable que no tuviese en mi repertorio un postre tan fácil y sabroso como el tiramisú. Este clásico italiano con el que realmente me siento identificado como amante del cafe, no en vano al día no caen menos de media docena, solo, cargado y sin azúcar.
Se trata de un postre moderno que data de los años 50 creado en la parte este del norte de Italia. Por aquel entonces a nadie se le ocurriría decir que había comido un tiramisú, pues equivaldría a decir que había estado de putas, aunque estas también lo consumían. Si, como lo escucháis, por aquel entonces los burdeles contaban con cocineros y como aperitivo en vez de postre, se les ofrecía el «ti tira su» traducido del italiano sería el tentempié, que aportaría una fortaleza inmediata debido al alto contenido en glúcidos.
Es uno de los postres que me resulta ligero y que puedo comer en cantidad industrial, ademas de refrescante no se pasa con el azúcar y no resulta nada pesado.
A pesar de que no resulta muy complicado, la cosa se puede torcer si no sois finos o tenéis el día de nones y a las claras de huevo les da por no subir. Resulta de vital importancia que a la hora de hacer la mezcla de yemas y claras a punto de nieve, la suavidad y casi ternura con la que debemos envolver la mezcla con la espátula, redundará en la delicadeza de este postre.
Hace una semana unos amigos me mandaban un vídeo de como lo emplataban en un restaurante nuevo de Madrid. La verdad que era muy show cooking, colocando los bizcochitos de soletilla o Savoiardi, regando con cuidado el café y licor, deslizando el sabayón con la cuchara pero……por bueno que estuviese, el buen tiramisú debe estar bien reposado en la nevera.
Su presentación no me resulta especialmente bonita así que se me ocurrió presentarlo con unas hojas de gelatina de café, nada del otro mundo pero al menos rompe un poco. Cierto es que cometí un error egoísta que mi novia me advirtió, no puse azúcar en el café y claro, para la mayoría de mortales no excesivamente cafeteros, les chirría por el amargor.
Repetir recetas nos sirve para perfeccionarlas y si son tan ricas como este postre, he disfrutado mucho haciendo la vídeo receta. Como observaréis hay un cambio sustancial, para la decoración le he puesto una espuma de café Dalgona y en la mezcla de las claras y huevos incorporé un chorrete de vino Marsala.
Ingredientes:
40 bizcochos de soletilla, 500grs de queso mascarpone, 6 huevos, 6 cucharadas de azúcar glass, 2 tazas grandes de café fuerte, 5cl de amareto, 1 pizca de sal y cacao puro en polvo.
Lo primero que haremos son los cafés, han de estar fríos así que haciéndolos al principio nos dará tiempo a que enfríen.
Ahora separamos las yemas de las claras. Tomamos las primeras y mezclamos con el azúcar hasta que nos quede una crema, este paso es conveniente hacerlo al baño María a unos 40 grados pero como mis huevos caseros tenían un par de días desde la puesta, lo omití. Luego le ponemos el mascarpone y con la varilla mezclamos muy bien hasta que quede una crema homogénea.
En un bowl grande, con las claras y una pizca de sal (mejor que las claras estén frías, ayuda a que monten), batimos con energía y constancia ayudados de la barilla si no tenemos otros instrumentos eléctricos.
Poco a poco iremos echando las claras montadas a punto de nieve en la mezcla de yemas y queso, con la espátula haremos movimientos envolventes de abajo arriba y dando vueltas a la espátula como si fuese un rodillo. Una vez mezclado muy bien, reservamos.
En un recipiente ponemos el café frío junto con el amareto e iremos empapando los bizcochos sin pasarnos, conviene sacudirlos para que no lleven exceso de liquido. Iremos de uno en uno y colocando en filas sobre la base de un recipiente cuadrado o rectangular.
Terminada una primera capa iremos poniendo poco a poco cucharadas de nuestra mezcla de huevo y queso. Repetimos la operacion con otra capa o tantas como la altura del recipiente os permita.
La ultima capa siempre ha de rematarse con la crema. Refrigeramos unas cuantas horas, si lo dejáis reposar toda la noche, mucho mejor.
Finalizamos espolvoreando antes de servir, con una generosa capa de cacao en polvo. Esta parte no se puede adelantar porque la humedad os absorberá el cacao y no quedara con ese aspecto aterciopelado.
Para la decoración hacemos un par de cafés, ponemos una cucharita de agar agar en polvo, llevamos a ebullición y vertemos sobre los moldes. Se endurece con bastante rapidez sin necesidad de frío, pero podéis hacerlo con tiempo y guardar en la nevera hasta que emplatéis.
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