1870 Restaurante – C/ La Concha, 11 – San Pedro de Alcántara (Marbella) Tlf: 952 783 836
Alcanzamos el ecuador del otoño con la celebración de Todos Los Santos, aunque últimamente muchos han pasado a denominarlo el puente de Halloween. Por muy bellos que sean los paisajes y los bosques nos provean de setas, no existe sensación igual a la de poder bañarse en el cálido Mediterráneo.
Con las intenciones bien definidas y atendiendo a las escasas opciones disponibles con vuelo directo desde el Aeropuerto de Asturias, Malaga se convirtió en mi destino. Volvía a Marbella tras año y medio para reencontrarme con algunas amistades que tengo en La Costa del Sol y dar buena cuenta de su oferta gastronómica.
Fue llegar, deshacer la maleta, y besar Todos Los Santos. La playa de La Fontanilla casi desierta me esperaba con los brazos abiertos y nada más apropiado en estas fechas que unos baños haciendo el muerto, la temperatura del agua estaba como en los mejores días de verano del Cantábrico.
En mi primera noche nada mejor que confiar en la elección que me propondría mi ex vecina y amiga de la infancia Elena Pérez, una ovetense y asturiana de pro afincada en Torremolinos desde hace muchos años. Gran conocedora de la hostelería de la zona y de mis gustos, para nuestro reencuentro, pensó en el 1870 Restaurante como una gran aportación para este blog y tras la visita no puedo estar más conforme.
Nos tenemos que acercar hasta San Pedro de Alcántara y aunque son escasos kilómetros los que la separan de Marbella la cantidad de glorietas, pasos elevados, desviaciones, hacen que estos escalextric por un momento nos hagan pensar en las grandes ciudades estadounidenses.
Ciertamente la entrada resulta muy discreta y al igual que muchos de los restaurantes de la zona, me recuerdan en cierta forma a Malibú. En comparación con las mansiones californianas, las entradas a pié de carretera pueden pasar desapercibidas, pero lo que se esconde tras la puerta nos deja estupefactos.
Situado en el barrio del Ingenio, esta edificación protegida data del siglo XIX y responde a un pasado donde la industria azucarera tuvo gran relevancia. Precisamente su nombre hace referencia al año en que se levantó esta casa que almacenaba caña de azúcar y en la que se elaboraron los primeros rones de la península en la época de la colonia del Marqués del Duero. Con el paso de los años sus silos pasaron a almacenar trigo y en sus últimos años se ha convertido en referentes de la restauración como el antiguo Relicario y el presente 1870.
A nuestra llegada fuimos recibidos por el carismático chef vasco Aitor Perurena que amablemente nos hizo una visita guiada por las magníficas instalaciones. Ser vasco añade galones a cualquier cocinero, los que vivimos en el norte somos conscientes del gran arraigo y vinculaciones que existen entre la tierra y su gastronomía. Criarse en un caserío cerca de San Sebastian donde sembrar, recoger y cocinar era el día a día, marca una clara dirección y esa no fue otra que pasar por la prestigiosa Escuela de Hostelería.
Anteriormente a este proyecto del que forman parte con otros dos socios, Aitor y su mujer Vanina habían apostado por difundir la gastronomía con cursos y eventos a través de su Estudio Gastronómico Marbella, un espacio donde divulgar a los amantes de la gastronomía el conocimiento adquirido en el mundo profesional.
Los imponentes silos son la seña de identidad del local que distribuye el comedor en varias zonas banqueadas que se amoldan a una estructura arquitectónica de techos altos con vigas de madera y muros de carga revestidos con mortero de cemento pintado, en el que predominan los blancos. Escasos son los vanos de luz que aporten iluminación natural, han de ser considerados más bien como huecos de ventilación por lo que debemos hablar de una iluminación artificial orientada a la ambientación, las lamparas de araña, apliques, luces indirectas, lamparas de sobremesa y hasta candelabros proporcionan un ambiente retro, muy íntimo.
Atravesando una gran puerta de madera y bajando unas escaleras accedemos a un gran patio convertido en un gran salón techado con aperturas laterales que incorporan la zona ajardinada presidida por una imponente higuera centenaria. Sin duda un lugar muy acogedor para organizar grandes banquetes o celebraciones como la que de la fiesta de Halloween del día siguiente y que en las cálidas noches de verano debe ser una delicia.
No soy muy partidario de estas fiestas adoptadas, pero si en algún lugar tienen sentido, es en la Costa del Sol donde la colonia anglosajona es muy numerosa. El 1870 se me antoja como el escenario perfecto y tras cinco días decorando con falsas telas de araña y demás parafernalia tétrica, la noche temática con performances incluidas me consta que fue todo un éxito amenizado por el conocido Kike SuperMix, al cual tuve el placer de conocer horas más tarde tomando una copa en La Sala de Puerto Banus.
Precisamente por esta decoración, la calidad de las fotos deja mucho que desear, por ello os incluyo algunas rescatadas de su web que os invito a visitar para una mayor amplitud fotográfica, incluido el evento de Halloween. Al final hice un pequeño montaje en blanco y negro que hasta ha quedado muy apropiado, no hay mal que por bien no venga.
Mientras disfrutábamos de una Cruzcampo Gran Reserva decidimos que no teníamos ganas de elegir nada a la carta, así que nos dejamos sorprender con un menú degustación elaborado al antojo del chef.
Empezamos refrescándonos con un variado de tataki de atún rojo 1870 con aliño de soja, sésamo y cítricos combinado con un carpaccio de gamba blanca, cítricos y huevas.
Seguiríamos con el soberbio «must» del canelon de centollo con infusión de carabineros.
El otoño deja su huella con este salteado de setas con su pilpil.
Turno del sorprendente huevo poché que estaba rebozado, cebolla confitada, puerros y cecina de buey La Finca.
Pasamos a los platos fuertes, con un jugoso lomo de merluza con suquet de carabineros, patata y almeja.
La carne vendría en forma de carrillada de ternera glaseada con salsa teriyaki y puré de apionabo.
Finalizamos con un quenelle de helado de queso de cabra con unas crujientes garrapiñadas de pipas de calabaza y miel de caña de Frigiliana.
Si a una cena gastronómicamente impecable, le añadimos una grata compañía en un entorno sorprendente, el resultado no puede ser calificado más que con sobresaliente. No me cabe otra cosa que felicitar al 1870 restaurante y a mi amiga Elena por su sabia elección.
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