Lo siento pero un día más os tocará escuchar las historias del abuelo Cebolleta, porque hoy os hablo de La Rotella, un chigre que está muy ligado a mi vida desde la más tierna infancia. ¿He dicho tierna?, perdón quería decir salvaje, porque pertenezco a la generación del 70 y de aquella estábamos muy asilvestrados, nada comparado con los zombies milenials que no saben vivir, ni jugar, con algo que no implique tener una pantalla delante.
Corría el año 1974 cuando el Colegio San Ignacio se trasladó de la calle Marqués de Teverga a la actual ubicación de Fuentesila. Por supuesto no existía la autovía ni la zona de Montecerrao, la conexión con la civilización ovetense se restringía a una carretera nacional y otro camino rural que llamabamos «la vieja». El nuevo colegio se construyó sobre unas lomas arcillosas a las que llegamos con muchas cosas por hacer, las antiguas canchas de tenis serían construidas donde un gran árbol «el arbolón» hizo de escondite, y sus tierras terreno propicio para jugar a las canicas, peonza o carreras de chapas, cuando no tobogán donde deslizarse a modo de trineo con las uralitas de las obras.
El frontón era una charca donde acudíamos a coger ranas y renacuajos hasta que se construyó y servía de escondite para fumar a escondidas. Mientras tanto había guerras que se dirimían a pedradas, una munición abundante que en épocas de nieve servían para por supuesto rellenar esas bolas de hielo prensado. Entre tanto manejábamos petardos que parecían barrenas de minero, hacíamos bullying sin ser conscientes, acosábamos a las compañeras en plena testosterona efervescente de la pubertad, pero respetábamos a los profesores, a los mayores y a nuestros padres.
De «mayores» nos íbamos de cross atravesando fincas y chalets en construcción llegando a Latores o hasta la entrada de Oviedo, para ver alguna revista porno nueva o echar cuatro caladas compartidas, espiábamos a las del Peñaubiña y los más osados se escapaban a dedo escaqueándose de las actividades complementarias. Ese era mi colegio, en el que fui feliz pese a los estudios y a algún cura cabrón, pero del que estoy muy agradecido por la educación y valores recibidos, que en mi caso nunca calaron en lo religioso.
La Rotella hace esquina unos doscientos metros más allá del desvío del Centro Médico, donde giraban los autobuses del Peñaubiña para subir su empinada cuesta. Su pequeño jardín con mesas fue lugar de unas cuantas escapadas donde sentirse mayor tomando sidra, poco nos quedaba para cumplir la mayoría de edad pero con los años acabaríamos recalando en el mismo sitio para seguir tomando sidras o quedarnos a cenar cuando la soltura económica lo permitió.
Un bar de toda la vida, de esos en los que comer casero y a precios razonables. A 4kms de Oviedo con nuestros carnets de conducir recién estrenados, en moto o coche íbamos atraídos por sus famosas cebollas rellenas que por aquel entonces se regaban con plena abundancia y poca consciencia.
Aquí me encuentro 45 años después, con casi las mismas ilusiones, ganas de vivir y disfrutando de mi juventud interior, en compañía de mi madre tras la celebración de su cumpleaños por Tierra de Campos. Una ultima parada antes de llegar para comer temprano.
La Rotella sigue como siempre, poco o nada ha cambiado, si acaso el paso del tiempo y el normal deterioro que invitaría a convertir esa terraza en un un lugar especial, seguro tendría mucho más tirón.
Pese a ser un martes cualquiera había llenazo y algunas mesas se rotaron. Tienen mucho trabajador y fieles de la zona que al igual que nosotros buscan un lugar para comer bien, rápido y barato.
Comer sus cebollas rellenas era un irrenunciable así que hicimos un apaño repartiéndonos un menú del día y platos a la carta.
Mi madre tenía antojo de calamares porque dice que para ella sola no le apetece meterse con esa fritanga en casa, una pena porque no resultaron lo esperado y tendré que buscarle algún lugar con unos buenos de potera.
En el caso del pote del menú, todo lo contrario, estaba muy bueno, con mucho sabor y bien reposado, además de ser suficiente para tomarse dos platos.
Ella siguió con las parrochas del menú, muy frescas, crujientes y nada aceitosas.
Yo cumplí mi antojo con las cebollas rellenas de carne, y el recuerdo permanecía intacto. No tienen un gran tamaño, están muy suaves y con mucho relleno, se acompañan de patatas fritas.
Espero no tardar tanto en volver y ampliar el artículo porque al fin y al cabo, ahora no tengo que hacer cross y en coche no se tarda ni cinco minutos. Y si sois de los que no cogéis el coche por miedo a los controles, hay taxis en el Centro Médico, ya no hay excusa posible.
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