La creatividad se tiene o no se tiene, no es algo que podamos aprender sin embargo pienso que existen dos estados que favorecen el ingenio: la necesidad y la abundancia, de ellos han surgido grandes ideas.

En el caso de estos canelones la idea surge de la abundancia, qué hacer con tantos callos de la receta que había publicado. No es un plato del que me canse con facilidad y bien podría habérmelos comido todos al modo tradicional, pero este blog ha de alimentarse con artículos nuevos, recetas novedosas, de ahí nace un relleno que no tenía que casar mal con alguna alteración de la receta tradicional.

Necesariamente prescindiremos de la salsa de tomate para no disipar sabores y podría ser que el queso hilado para gratinar sobrara dejando simplemente la bechamel y parmesano rallado pero yo opté por añadirlo, no me imaginaba unos canelones o lasaña sin queso aunque en dosis moderada.

Otro punto, como la pimienta recién molida que suelo añadir a la bechamel, la he sustituido por guindilla cayena molida, mucho más acertado y en total armonía con los callos, aunque vosotros sabréis cómo de alegres los hicisteis. No conviene pasarse, aunque en mi caso con el picante no soy de fiar, parezco nacido de un matrimonio entre un hindú y una mexicana.

Mi conclusión sobre este plato es que a pesar de que nos lo imaginemos como demasiado pesado ha resultado muy suave con los contrastes. La bechamel mezclada con la salsa gelatinosa es fascinante y la ternura de los callos con la pasta al dente va estupenda.

Ingredientes:

Callos, 1 paquete de 20 placas de canelones, queso para gratinar, queso parmesano reggiano rallado, mantequilla, harina, leche, sal y guindilla cayena.

Primeramente haremos una salsa bechamel a la manera tradicional como ya os enseñé y que podéis revisar en la sección Fondo de Armario.

Coceremos la pasta en abundante agua con un poco de sal, cuando el agua ebulla, iremos metiendo las placas de una en una y removiendo procurando que no se nos peguen al fondo o entre ellas mismas. En 10 minutos estarán listas, las pasamos por agua fría durante 30-45 segundos y extendemos sobre un trapo húmedo.

Los callos, que en mi caso estaban congelados, los había sacado a temperatura ambiente por la mañana. Una vez descongelados seguirán compactos por culpa de la gelatina, así que los metemos un par de minutos en el microondas para poder manejarlos con mayor soltura.

Con la ayuda de una cucharilla, ponemos una medida en uno de los extremos y enrollamos  y los colocamos en el fondo de un recipiente que habremos engrasado con mantequilla. Recordad que ha de ser un recipiente apto para el horno, aunque también podéis guardarlos en un tupper de plástico pero acordaos de sacar el contenido antes de hornear (sé que suena básico, pero sé de buena tinta de alguien que metió uno de estos recipientes de plástico al horno).

Una vez colocados los canelones esparcimos primero el queso de gratinar, a continuación la bechamel y terminamos rallando el parmesano. En el horno, calentamos a 180º y rematamos con la función grill para gratinar por encima.

Preparé dos recipientes distintos, uno para comer en el acto y otro en un tupper para una amiga. De vez en cuando necesito que me hagan críticas porque yo puedo cantar las alabanzas de mis platos y aunque soy auto crítico, me gusta tener opiniones variadas.