Cuando alguien piensa en los demás siempre es motivo de satisfacción, pero cuando lo hace una niña de 12 años, cobra más importancia y se merece todo mi sufrimiento en la elaboración de estas galletas.
Cuando Iyana me trajo de Londres una bolsa de la mega tienda de M&M’s pensando que los diferentes colores que allí había, podían ser novedosos para aplicarlos en una de mis recetas, no quedaba otra que responder con un postre que estuviese a su altura.
No siendo amigo de las chucherías, reconozco que los M&M’s siempre me han cautivado, sobretodo los rellenos de cacahuete. A su slogan de «se derriten en tu boca, no en tus manos» deberían añadir que incluso en el horno son capaces de guardar la compostura.
Como ya sabéis que la repostería no es lo mío, mis herramientas son las justas y necesarias; bastantes cachibaches tengo ya como para hacerme con una de esas preciosas y gigantescas amasadoras. Con una varilla y el brazo de Popeye soy capaz de arreglarme, pero acabo como si hubiese ido un par de horas al gimnasio.
El resultado es maravilloso y delicioso sobre todo cuando probamos una con poco tiempo de reposo. El chocolate fundido se desparrama y las hace muy jugosas, corriendo el riesgo de que no lleguen a enfriarse para su posterior consumo.
Al no tener más espacio en la bandeja y no querer hacer una segunda y pobre tanda de dos unidades, con la masa sobrante hice un par de magdalenas. Si tuviese que dar un veredicto, creo que la magdalena al enfriarse funciona mejor que la galleta, hay más superficie en el interior y resulta más esponjosa y fundente.
Ingredientes:




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